En nuestras últimas activaciones de la ruta Barcelona y América: una cartografía del relato colonial establecimos un paralelismo entre el crecimiento exponencial de la Barcelona del siglo XIX y la germinación de la fotografía. Nos preguntamos ¿qué hizo que la tercera década del siglo XIX fuera un tiempo de expansión y modernidad para la ciudad? En ese entonces, Barcelona era “capital del capital”, como la cataloga el historiador Martín Rodrigo y Alharilla; vivía momentos prósperos y, por lo tanto, estaba sumida en un contexto de múltiples inversiones, que condujeron rápidamente al establecimiento y la exploración de nuevos negocios, construcciones, inventos… Acelerar la llegada del primer daguerrotipo a la Ciudad Condal hizo visible la riqueza y la ostentación de quienes promovían el desarrollo de la urbe. Pero ¿de dónde provenía buena parte del capital que entonces circulaba en Barcelona?
Para responder a esta pregunta hay que adentrarse en los estratos que conformaron las posesiones de ultramar, en la participación de Barcelona en el colonialismo español. La modernidad efervescente en el siglo XIX estaba ligada con la explotación de las colonias americanas. Simbólicamente podemos establecer la «cantera» ―de donde se extrajeron las piedras para edificar los alrededores de Pla de Palau― al otro lado del Atlántico, el patio trasero en el que abundaban los monopolios y se traficaba con esclavos para amasar grandes fortunas. Esta es nuestra contraimagen: el fuera de foco que no se explica cuando se habla del progreso floreciente que despuntan la Llotja y los porxos de Xifré retratados con el daguerrotipo de 1839.